jueves, 19 de junio de 2008

Reflexión

Yo creo que en el momento en que los chilenos aprendan a comprender lo que leen se van a superar los problemas de aprendizaje y mejorar con ellos su calidad de vida…

Mabel Condemarín Grimberg
Premio Nacional Ciencias de la Educación 2003


*Reflexión enviada por el Sub-director Sr. Eduardo Sepúlveda.

viernes, 13 de junio de 2008

Publicaciones

Estimados,
Les aviso que el nuevo correo para enviar sus escritos es el biblioteca@matte.cl
Pueden enviar cuentos, poesía, pensamientos, ensayos, comentarios literarios, etc.
Todo es muy bienvenido, la idea es que este sea nuestro espacio de expresión.

La Vida en un Segundo

¡Movió una mano!... escuché levemente, abrí mis ojos, y ahí estaban: mi hijo ¿y mi hija?. Quise hablarle a mi retoño y preguntarle por mi niña, pero no pude; solo lo veía, él parecía asombrado y salió de la habitación enseguida.
¿Una habitación? Indudablemente no eran las paredes color ocre de mi casa. Esta sala, de color blanco como mis recuerdos, presagiaba algo malo: no por su decaída apariencia, sino por la luz penetrante que estaba sobre mí... me examinaba, me acaloraba, incluso me adormecía.
Estaba en la pieza blanca y una enfermera pálida llegó rápidamente. Tomó mi mano y me miró sorprendida. Recuerdo que dijo que la situación era “formidable”... ¿Qué situación?. El sentido obvio aún no lo perdía, y creí estar en un hospital. Y si estaba en el recinto era por algo, quise preguntar que pasaba y no pude mencionar palabra alguna.
No sabía que pasaba, intentaba moverme y tampoco podía. Me desesperaba... sólo sentía lágrimas caer por mis mejillas, lágrimas dudosas e inservibles, no sabía porqué lloraba... sólo lo hacía.
Llegó mi hijo y me miró, me dijo que me amaba y que estaba muy feliz por lo que había logrado. ¿Logré algo?... ni siquiera me movía y ya había conseguido algo. Me dijo muchas cosas, hasta un momento que quedé atónito; mi hijo comentó:
- Hace dos años ni siquiera te movías, y hoy ya mueves tu manito, ¡Vamos por buen camino, viejo!
Dos años, sin saber nada. 730 días de incertidumbre. Nunca tuve noción del tiempo, sólo recibía visitas periódicas de mi hijo. Ya no iba mi hija. Aún recuerdo ese último día, donde no existió sala, ni hijos, ni nada. Sólo una luz, la última luz.
Un día descansaba con los ojos cerrados, presté atención a mi entorno y todo era celeste y blanco, la luz seguía encendida e incluso era más penetrante, y se mezclaba con una brisa. Estaba descalzo y mis pies empezaban a quemarse, seguía acostado en algún lugar. Quise abrir los ojos, pero no pude. Sentí que me iba, que la brisa y mis pies ardientes, no importaban. La luz me preocupaba.La luz bajó y estaba frente a mí. Todo era negro, y la silueta de dos hombres de traje formal me incomodaba, me miraban furiosos y me preguntaban cosas. No podía responder. La luz aumentaba su fulgor... quería hablar y terminar con esa tortura. Pero no pude. Mis ojos lloraban por tan terrible castigo. Al rato, ya no había hombres, ni corbatas, sólo la luz.
Después vi a mi hijo muy feliz, con una cámara fotográfica en sus manos y ropa playera. Mi hija, me abrazaba, esperando algo y sonriendo. Apareció la luz temporalmente, tuve que cerrar mis ojos por su intensidad. Ni la felicidad de mis hijos, ni su sonrisa me permitió saber donde estaba.
De nuevo estaba acostado, y transpirando en una habitación desordenada y una ventana imponente estaba delante de mí: llovía copiosamente y sin pausa alguna, mi corazón latía muy rápido y aún más, cuando una luz y un sonido ensordecedor entraron por la ventana. Un trueno cegó mis ojos. Llevándome nuevamente a otros lugares... pasé por tantas situaciones, situaciones que alimentaban mi recuerdo y permitían lamentarme por el pasado, ese pasado desaprovechado y que tanto valoro ahora, que ni siquiera mi lengua puedo mover. La angustia me arrancó el alma y rasgó mi corazón, destruyó mis interiores e incitó al llanto.
Vi por última vez la luz. Era tan cálida, y quise dirigirme a ella. Avanzaba... ¡y podía! mis pasos eran tenaces y la paz consumía mi ser. No podía pensar en otra cosa que no fuera ser feliz. Y sí, lo era. Feliz.
Llegué a la luz y sentí que subía. Subía al cielo y encontré a mi hija. Me invitó a pasar con ella a una casa muy grande. Todos mis cercanos y familiares estaban ahí, esperándome. Llegué a mi Edén, donde siempre quise estar y ahora puedo descansar, eternamente, con el cariño de los míos. Hoy, estoy en el paraíso y día a día cuido a mi hijo desde aquí. Estoy seguro que pronto nos encontraremos. Muy pronto, hijo mío.
Daniel Pérez Ahumada
Alumno II°A Liceo Rosa Tocornal

miércoles, 4 de junio de 2008

Crónicas de una Partida

*Este cuento es del mismo alumno que escribió "Crónicas de un Regreso".
Pidió mantenerse en el anonimato solo por estos dos cuentos.

No recuerdo cuando fue la última vez que la vi llorar. Por eso al verla ahora de esta manera me doy cuenta que realmente está afectada, afectada por la partida, partida inevitable, partida que trae un vacío en ella y sobretodo en mi.

La casa está vacía. El atardecer se va de una ciudad que comienza a quedar en silencio. Ya no se oye el canto de los pájaros y más que el silencio es una quietud lo que se empieza a percibir, una quietud que te obliga a mirar tu entorno de otra manera, que te obliga a volcarte hacia tu interior. Mi madre comienza a encender las velas que están sobre las mesas en la terraza, también está triste. Aunque su relación con ella era de amor y odio, está triste. Es inevitable que valoremos cuando lo perdemos. Es casi imposible disfrutar esta vida en su momento, es más fácil disfrutarla en el recuerdo, en lo inmaterial del recuerdo, en lo irreal del recuerdo más que en lo real del momento.

La noche ya se ha hecho presente. Las velas iluminan un lugar que está siendo testigo de un adiós, un adiós que la gente olvida por un momento. Observo las caras de los desconocidos. Me pregunto si sienten la pérdida del adiós. Los veo con la media luz de las velas y no los reconozco, nunca los he conocido. Participan de esta despedida, que quien sabe si en un tiempo más se transformará en bienvenida. Será quizás esta una despedida de tiempos tristes, y podrán venir tiempos mejores, tiempos en donde la plenitud sea quien se instale en su vida, vida que puede ahora estar recién comenzando.

En medio de esta noche ruidosa y poco iluminada por las velas recuerdo el momento en que la vi a ella de otra manera, la vi como a alguien muy cercana, alguien muy mía. Hace ya muchos años nos encontrábamos a la orilla del lago. El día era frío y gris, pero hermoso. Junto con esta imagen me invade un sentimiento de nostalgia, nostalgia de la alegría de descubrir. Su mirada estaba perdida en el lago, estaba triste. De niña fue siempre muy sensible, no lloraba, pero con facilidad la veía triste, cargando en su inocencia y en su silencio con la pena de los demás. No me atrevía a interrumpir su soledad. Pero me acerqué y la abracé. Pero ella no se movía, su mirada seguía perdida. Siempre ha sido como un pozo insondable, llena de un misterio mágico, como si viera algo que uno no es capaz de ver. Unas lágrimas comenzaron a salir de sus ojitos verdes, ojitos que develaban a una niña que no era niña, sino que era un misterio, un misterio de amor. Dejó su mundo interior y se dio vuelta para mirarme. Con esa mirada supe que me era muy cercana, supe que éramos parte de una misma historia.

La veo contenta yendo de un lugar a otro. Es como si quisiera dejar una parte suya a todos los que la vinieron a despedir, es como si supiera que se va para no volver, que nunca más la volverán a ver. Ya no tiene sentido alargar la despedida. Esa mirada no me quiere abandonar, no quiero que me abandone. Ahora ella se encuentra alegre entre sus cercanos. Le pido que me acompañe a la puerta, que ya me voy. Se da cuenta que el adiós es inevitable. Vuelvo a ver esa mirada que es más hacia dentro que hacia fuera.
Cuando estamos solos la abrazo, y se pone a llorar. Me dice que le da pena y yo le digo que a mi también me da pena, y la consuelo diciéndole que todo va a salir bien, que tiene que estar contenta con la decisión, que el cariño crece con la separación y me siento como un idiota consolándola, y me doy cuenta que hay que dejar que la pena salga, y que el cariño se abrace. Primera vez, desde esa vez en el lago, que la abrazo. La tristeza se apodera de las profundidades de mí ser, y me dejo llevar por esta tristeza. Solo nos abrazamos en silencio.

Este momento termina y la vuelvo a mirar a sus ojitos verdes llenos de lágrimas, y ahora se parece a esa niña que me robó el corazón, la vuelvo a abrazar y me despido. Le pido que ahora que se va a dedicar por completo a la oración rece por mí, y le digo que siempre va a ser mi hermana querida.

Reflexión

El profesor es un hombre que me hace ver en qué consiste ser un Ser Humano, y me enseña que yo niño, que estoy con él, y él que está conmigo, nacimos para hacer un mundo mucho mejor que el que tenemos ahora.

Gabriel Castillo Insulza
Premio Nacional Ciencias de la Educación 1997


*Esta Reflexión fue enviada por el Sr. Eduardo Sepúlveda.